Apuntes sobre tango y rock argentino
Por Salvador Biedma
DEL MARGEN AL CENTRO
Hay un hecho famoso en la vida del compositor, arreglador y guitarrista Rodolfo Alchourron que lo instala de lleno en la escena del rock: colaboró en los arreglos orquestales de “Laura va”. Sin embargo, el vínculo que él tendió, desde su extracción jazzera, entre el tango y el rock no se queda ahí. También colaboró con Miguel Abuelo, Moris, Aquelarre y Arco Iris, entre otros. Con Litto Nebbia tuvo una relación regular y muy fértil; no sólo hizo arreglos en los que se nota claramente su intervención sino que, además, Nebbia canta en el disco Sanata y Clarificación Vol. 2.
En relación con el tango, Alchourron se opuso siempre al conservadurismo, a esos gestos grotescos que pretendían reivindicar los aspectos más desagradables de la mitología tanguera. En este sentido, no sólo compuso música sino que, además, se despachó con algunos textos teóricos casi desconocidos que dan cuenta de una lucidez extrema.
Alchourron fue guitarrista de Piazzolla y eso alcanza para decir que veía al tango como una música viva, moderna, que debía buscar nuevas formas para los nuevos tiempos. Eso queda claro en la letra de su tema “Foto marrón”, en el que, irónicamente, dice “A ver, cantor, tanguero de ayer, / ¿qué vas a hacer con tus tangos de avería, / con tus modales de canchero ganador?” y “A ver, cantor, pretérito tanguero, / ¿podés dejar de jugar al compadrón?”.
Alchourron estuvo en contacto con muchos músicos provenientes del jazz que supieron acercarse al tango, a la música popular (por no utilizar la palabra “folklore”) y al rock. Entre otros, se puede citar a Bernardo Baraj, a Dino Saluzzi y a Rodolfo Mederos. Sin embargo, vale detenerse en una figura a la que suele dejarse de lado y que ha desarrollado una tarea invalorable en la música: Norberto Minichillo.
La incorrección política de Minichillo y su perspectiva desestructurada le valieron muchas reprobaciones en el mundo del jazz y, ni hablar, entre los tangueros puristas. La versión de “Tinta roja” que se incluyó en el disco Tocatangó, de El Terceto, con su voz y su batería, sin ningún otro instrumento, sería tan inadmisible en ciertos ámbitos conservadores como esta declaración que hizo Minichillo: “Al tango, en cierto sentido, lo utilizan o lo utilizaron los milicos y la policía. Se han apropiado de él algunos poderes reaccionarios. Entonces, el tango es sospechoso; visto desde donde lo toma el poder, para mí, es sospechoso”.
Recuerdo que alguien dijo, hace unos años, luego de leer una entrevista a Minichillo, que encontraba en sus palabras lo que buscaba (sin éxito) en las nuevas generaciones del rock. Con esto en mente, no es difícil explicarse por qué Los Fabulosos Cadillacs invitaron a este músico (cantaba y ejecutaba la batería, el piano y la marimba) a grabar en La marcha del golazo solitario y a participar en varios shows. Posteriormente, Flavio (el bajista de los Cadillacs) lo tomó como padrino de sus primeros discos solistas.
El trabajo de Alchourron y Minichillo (se pueden sumar otros, como los que ya se nombraron) parece trazar un puente irregular e indirecto, desde el jazz, entre rock y tango. Sin embargo, la labor de estos músicos ocupa hoy un lugar central porque abrieron el camino a una enorme cantidad de músicos que siguió sus huellas y trama un vínculo mucho más directo y más desestructurado entre tango y rock (muchas veces, con el jazz de por medio), cercano a lo que puede ser el movimiento de la MPB o del tropicalismo en Brasil o, en Uruguay, el trabajo de Rubén Rada, Eduardo Mateo o Jaime Roos.
LAS NUEVAS OLAS
Un “olvido” frecuente a la hora de analizar el vínculo entre el tango y el rock pasa por una serie de músicos de extracto rockero que se han volcado al tango sin que ello implique, necesariamente, dejar de lado el rock. Tal vez las figuras paradigmáticas en este sentido sean Daniel Melingo, Fernando Samalea y Omar Mollo. También se puede hablar de los matices tangueros que Palo Pandolfo imprimió en Los Visitantes y en otras bandas o de Che Chino, proyecto de tango paralelo a Las Manos de Filippi.
En un escenario complejo, son realmente muchos los proyectos que, surgidos a partir de los ’90, se paran de distintas maneras entre el tango y el rock. La Chicana, por ejemplo, se presenta como una “banda de tango” que acepta, ya desde esa identificación, matices rockeros y se permite, entre otras cosas, nombrar a Manal o cantar “no es un cuento de los ’20, / ya existía el rock and roll” y “era un lumpen ilustrado / de lecturas trascendentes, / chorro, pero budista, / más del tango que del rock”. A su modo, Pequeña Orquesta Reincidentes también abreva del tango, la milonga y el rock para armar un cóctel explosivo con la música de los Balcanes.
También hay grupos que, sin eludir algún que otro tinte rockero, imitan a formaciones de tango históricas. En esa vereda, se destacan Las Muñecas, un conjunto de guitarras al estilo de las que acompañaban a don Carlos Gardel. También está la Orquesta Típica Fernández Fierro, dedicada a emular a las orquestas de tango de los ’40, cuando era imprescindible –por una cuestión de volumen– que varios instrumentos tocaran las mismas notas al mismo tiempo. Con la aparición de los amplificadores, esas formaciones se volvieron fútiles y redundantes y habría que ver si, a esta altura, tiene sentido recuperarlo.
Daniel Melingo
Obviamente, se podría ahondar mucho más en lo que cada uno de estos conjuntos propone y en propuestas de tipo similar, pero no es la intención de este artículo. Lo que no se puede dejar de lado es que Daniel Melingo, durante la década del ’90, condujo un programa que establecía explícitamente un vínculo entre tango y rock. Se llamó Mala yunta.
HABLANDO DEL TEMA
Como los análisis de la relación entre el rock y el tango suelen agotarse antes de entrar en la década del ’90 (acaso porque veinte años no es nada), suelen reiterarse las citas de letras de Spinetta, García, Páez o Nebbia, a las que, obviamente, no hay que restarles importancia. Sin embargo, cabe hacer un repaso somero y superficial por algunas letras que aparecieron luego.
Resulta llamativo que no se suelan citar versos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, cuyas letras han abrevado bastante del lenguaje tanguero. Ya en los ’80, en el disco Bang, bang, estás liquidado, el tema “Ropa sucia” hacía referencia al tango en forma explícita. Poco después, en el primer disco que la banda edita en la década del ’90, aparece un verso de lo más llamativo: “Sos un aristócrata de cotillón”. Quizá parezca descabellado, pero se puede pensar en el vínculo entre ese verso y uno de “Pompas de jabón”, el tango de Goyeneche y Cadícamo, que dice: “bailás luciendo cortes de cotillón”. Si el vínculo puede parecer caprichoso en un caso así, resulta indudable la relación entre el final de “¡Lobo, ¿estás?!” y un verso de “Niño bien”, el tango de Juan A. Collazo y Víctor Soliño que cantaba Tita Merello: la frase “la vas de bailarín” aparece, idéntica, en ambos temas. Además, en El tesoro de los inocentes, en el fade-out final de “El charro chino”, Solari grita “Locos, locos, locos de amor” de tal modo que es muy difícil no asociarlo a “Balada para un loco”.
Divididos, por su parte, no sólo canta en “Cuadros colgados” que “no era tango ni era rock” sino que, además, en el disco Otroletravaladna, hace una parodia de ciertos clichés tangueros con “Volver ni a palos”. En esa letra incluso dan una pista sobre la procedencia y el significado del título de su primer disco: 40 dibujos ahí en el piso.
León Gieco, que había grabado la versión original de “Sólo le pido a Dios” acompañado por el bandoneón de Dino Saluzzi, se anima en los ’90 a mencionar al tango como referencia en “Los Salieris de Charly”. Dice: “Troilo y Grela es disco cabecera, / siempre mencionamos a Pugliese”. Años después, en el disco Orozco, se animaría a grabar un aire de tango con letra de su mujer y música de Luis Gurevich.
En el segundo disco de Los Caballeros de la Quema, de 1994, se menciona tres veces la palabra “tango”. Los temas en los que aparece son “Apila Desgracia”, “La noche que me echaste” y “Zapping”, que dice, en referencia a Nacha Guevara, “heavy tango, se ahorca un bandoneón, / te esperan en el horno / Pichuco y Bon Scott”.
En 1995, Almafuerte edita su primer disco, Mundo guanaco, y hace una versión metalera del tango “Desencuentro”, que se suma a la versión de “Cambalache” que había grabado Hermética en el disco Intérpretes, de 1990. En 1999, en el disco A fondo blanco, Almafuerte incluye un tema de título piazzolliano: “Tangolpeando”.
El primer disco de Los Piojos, editado en 1993, incluía una versión rockera de “Yira-yira” (como se ve, si buena parte del rock rendía pleitesía a la forma de interpretar de Goyeneche, Discépolo, en tanto compositor, no se quedaba muy atrás). A eso se sumó, en Tercer arco, un aire de tango titulado “Gris”.
A la banda platense Estelares se la ha vinculado en varias ocasiones con el mundo del tango. Esa asociación no es gratuita; sobre todo, si se tiene en cuenta que tanto Manuel Moretti (el cantante del grupo) como Víctor Bertamoni (el guitarrista) tocaron durante algunos años en un conjunto tanguero. La canción “Camas separadas”, editada en Amantes suicidas, es un tango hecho y derecho y a eso se suma, más allá del clima de muchas canciones, la referencia a “un Contursi maleante” en “Un día perfecto”, de Sistema nervioso central.
Los puentes entre tango y rock siempre han sido complejos y se simplifican en cualquier análisis (los análisis deben, necesariamente, simplificar las cosas). Desde fines de los ’80, ese vínculo tan amplio se ha vuelto más complejo y no se ha establecido un análisis medianamente completo del asunto, vacío que estos apuntes no pretenden sino señalar.
Todos lo sabemos: el tango está en Buenos Aires tan presente como el rock, aunque éste lleve menos años de ciudadanía. Por algo, Charly García cantaba “escucho un tango y un rock / y presiento que soy yo”.~