viernes, 18 de enero de 2008

Charly García y la máquina de contar


Por Eduardo Berti

Hay ciertas canciones que podrían definirse como “narrativas”. Son aquellas cuyas letras nos cuentan una historia. “Madera noruega”, de Lennon y McCartney, es un ejemplo ilustrativo: no sólo empieza casi como una fábula (“Una vez tuve una chica...”), sino que posee personajes, desarrollo y desenlace. En este caso los protagonistas son anónimos, el narrador (yo) y la chica (ella), y la historia está narrada en primera persona. En otros casos también están los relatos en tercera persona: “Cachito, campeón de Corrientes”, de León Gieco, cuya la letra parece una obra en tres actos, con un inicio (el “señor del auto” que busca al boxeador), un clímax (el púgil, Cachito, es derrotado) y un final (vencido Cachito, el tipo del auto no aparece más).


El recurso de relatar una historia a través de una canción puede rastrearse en músicos tan disímiles como Silvio Rodríguez (“Cierta historia de amor”), Tom Jobim (“Chansong”), Los Twist (“Pensé que se trataba de cieguitos”), María Elena Walsh (“Manuelita”) o Rubén Blades (“Pedro Navaja”), por citar cinco canciones casi al azar. Una de las grandes virtudes de Charly García como letrista es la de haber inmortalizado numerosas historias y personajes, muchas más que el promedio de sus colegas, hasta haber creado una especie de pequeña comedia humana.

Cierta vez Pedro Aznar dijo que Charly es ante todo el gran cronista de esta sociedad, mientras Spinetta es un explorador de almas, de lo abstracto y lo intangible. No es un mal modo de oponer ambas poéticas. Por supuesto que Spinetta también plasmó personajes: Fermín, Ana (que no duerme) o el célebre Capitán Beto. Por supuesto que García, cuanto más se fue internando en los ochenta y los noventa, más abandonó las “películas” y las “pequeñas anécdotas” para ahondar en autorretratos. Que “Piano bar” abriera con “Demoliendo hoteles”, canción en la que casi todos los versos comienzan con “yo”, grafica bien este aspecto pero no invalida lo dicho por Aznar.

La etapa de Sui Generis es, sin dudas, más rica que otras en canciones con historias y personajes, tal vez porque fue un tiempo en que el procedimiento estaba en su auge. “El oso” de Moris, así como “El rey lloró” de Los Gatos, son fábulas vueltas canciones. El rock de fines de los 60 e inicios de los 70 se propone contar historias, tal vez bajo el influjo de la llamada “nueva canción”, y la sola nación de ópera-rock (o aun de “operita”, como “María de Buenos Aires” de Piazzolla y Ferrer) no hace más que evidenciarlo. Tan familiares nos resultan las canciones de esos tiempos, tantas veces las escuchamos o incluso las cantamos en algún fogón, que han pasado a formar parte del inconsciente colectivo y sus métodos ya casi no nos llaman la atención.

Por supuesto que no todas las canciones que presentan a un personaje están contándonos un cuento. “Eleanor Rigby” de los Beatles, más que narrar una historia, es una descripción brillante; la pintura prima acá sobre el relato. Lo mismo podría decirse acerca de “Natalio Ruíz” e incluso de “Peperina”, dos imborrables personajes de García. Aun cuando “Peperina” empieza con “Quiero contarles una buena historia...”, lo que sigue es el retrato de una chica “típicamente pueblerina”. En este par de canciones, al igual que en “Gaby” (tema de los inicios de Sui Generis) o en “El vendedor de muñecas de plástico” (La Máquina de Hacer Pájaros), lo que sucede es habitual en las letras de canciones: si hay un relato, éste se encuentra sumergido o sugerido. Uno intuye o deduce que “La bifurcada” de Memphis, por dar un ejemplo, alude a la historia de un amor que terminó muy mal. La historia entera, sin embargo, no está contada; lo que oímos equivaldría al soliloquio de un personaje teatral sacado fuera de contexto narrativo. Muchas letras de canciones operan así (más aún las que fueron compuestas para películas o comedias musicales y que encarnan, en rigor, un monólogo, como “Volver” de Gardel). Es menos habitual, en cambio, cuando la canción refiere la historia entera.

Pocos autores del rock argentino concibieron tantas historias y tantos personajes como Charly García entre 1973 y 1978. Con Sui Generis nos contó la historia de una familia disfuncional (“Mr Jones”), de la moral pacata de un edificio (“Mariel y capitán”) y de la censura en tiempos de Paulino Tato (“El señor Tijeras”), pero asimismo la fábula de amor de “Un hada, un cisne”, la alegoría política del “tonto rey” (imaginario o no) o la crónica de la emancipación de una adolescente en “Afuera de la ciudad” (grabado sólo años más tarde, primero por Nito Mestre y luego por Sui Generis en su reunión). Con La Máquina de Hacer Pájaros ofreció su versión de la historia de Marilyn. Con Serú Girán redondeó una de sus historias más interesantes (“Cinema verité”) donde un narrador en primera persona, oculto tras sus anteojos negros y sus auriculares, presencia cómo un millonario (“el tipo del Mercedes Benz”) seduce a “una chica tonta”. Igual estrategia se advierte años más tarde en “No soy un extraño”, donde un narrador que acaba de llegar a una ciudad (no se dice que es Nueva York, pero se deja entender) presencia cómo “dos tipos en un bar se toman las manos”.

Que el narrador de “Cinema verité” dijera en un verso “yo estoy con la máquina de mirar” resulta hoy mucho más que una tomadura de pelo circunstancial a un antiguo programa de TV (“Videoshow”) cuyo slogan era precisamente ése. El propio Charly de aquellos años nos parece, a la distancia,toda una “máquina de mirar”. Por no decir una implacable máquina de contar historias. ~