jueves, 27 de diciembre de 2007
Luca Prodan: al derecho, al revés
Por Eduardo Berti
Si Sumo era una banda atípica y de ruptura en 1985, al dar a conocer Divididos por la felicidad (su debut “oficial”, tras la edición independiente de Corpiños en la madrugada), más lo era al dar sus primeros pasos, antes aun de la guerra de Malvinas. En varios aspectos fundamentales, Sumo iba a alegre contramano de lo que se tenía que hacer según los códigos implícitos del rock argentino: su líder, Luca Prodan, cantaba en inglés y era totalmente pelado; el grupo no ponía en el centro a un guitarrista virtuoso (aún faltaba tiempo para el ingreso de Ricardo Mollo); una mujer (para colmo extranjera) tocaba la batería, y la formación instrumental llegó a incluir a dos bajistas.
En cuanto a las influencias musicales, poco y nada tenían que ver con lo que predominaba en aquel momento. Nacido en Italia, educado en Gran Bretaña (en un colegio pupilo high class del norte de Escocia, el Gordonstown College, al que asistían el príncipe Carlos y el príncipe Andrés), Prodan se reconocía heredero de una tradición que hasta entonces casi nadie había sabido interpretar en la Argentina. El “rock nacional” (como se llamaba entonces) había estado influido desde sus inicios por el flower-power hippie, la psicodelia, el sinfonismo, el folk o el hard-rock, entre otras corrientes. Hasta la llegada de Luca nadie había recogido, por ejemplo, el guante del rock decadente que Lou Reed acuñara, a fines de los sesenta, contra los sueños californianos de “paz y amor”. No es casual que muchos músicos surgidos en los ochenta (sobre todo, punks y darks) reconocieran como sus modelos a grupos y solistas que no había estado presentes en el célebre festival de Woodstock (aquelarre del hippismo) y que en cambio, ya en 1969, criticaban con agudeza ciertas posturas contraculturales. Si el himno hippie era Deja que entre el sol, desde Nueva York llegaba la respuesta de Lou Reed: “¿Quién ama el sol? ¿A quién le importe que haga crecer las plantas? ¿Quién ama la lluvia? ¿A quién le importa que haga crecer las flores?”.
Los músicos que entusiasmaban a Prodan, allá por 1981, lejos estaban de ser populares en Buenos Aires o de marcarle el rumbo a los artistas más importantes del rock local: el aún no rescatado Jim Morrison y The Doors, la primera etapa de Todd Rundgren o David Bowie, el folk psicodélico del magnífico John Martyn o del hoy más frecuentado Nick Drake, la audacia de Captain Beefheart, el rock progresivo de Van der Graaf Generador y de Peter Hammil (Hammill era, a juicio de Luca, el gran precursor del punk, a tal extremo que Johnny Rotten le había “copiado la forma de cantar”) o inclusive el misterio de Joy Division (banda cuyo nombre se reconoce en el título del disco de Sumo: Divididos por la felicidad). Al margen, Prodan introdujo el reggae en la Argentina (como Manal lo hiciera con el blues, podría decirse trazando una analogía), y los shows que alrededor de 1982 brindaba la Hurlingham Reggae Band (una de las agrupaciones paralelas a Sumo, lo mismo que otra llamada Ojos de Terciopelo) contaron, entre el público, con futuros integrantes de Los Pericos y de otros grupos similares.
Es muy probable que para darle la espalda al rock argentino y a su tradición de menos de veinte años, sí, pero ya bastante consolidada, a Sumo le fuese muy conveniente la condición extranjera y la actitud cosmopolita de Luca Prodan, proveniente una familia que era toda una mezcla de culturas: madre escocesa, padre nacido en Turquía pero de ascendencia italiana y experto en arte chino… Para un “rock periférico”, la presencia de un tipo que aseguraba haber conocido al ya mencionado Johnny Rotten o a los miembros de The Police era, por lo menos, fabulosa. Desde su doble estatus de “no periférico” y de outsider, Luca pudo y supo hacer cosas próximas a la herejía. Nada más bienvenido en una cultura que, como la del rock, necesita reinventarse periódicamente.
El rock argentino no había tenido ni tendría su terremoto punk, no al menos con la potencia que lo tuvo el rock sajón. Por supuesto, hay que mencionar a Los Violadores. Pero, a inicios de 1982 (mientras Sumo aún se daba lentamente a conocer y Serú Girán se disolvía con gran pompa), las figuras centrales, salvo excepciones como Virus, eran más o menos las mismas de una década atrás, si bien en ciertos casos reconvertidas o actualizadas como sucedía con Miguel Cantilo o con Raúl Porchetto. “Era como seguir viendo Lassie mientras daban Miami Vice”, bromeó alguna vez Roberto Pettinato, saxofonista de Sumo y, poco antes de eso, uno de los primeros periodistas especializados (junto con Alfredo Rosso, compañero de la revista Expreso Imaginario) en interesarse en Luca Prodan y en su banda.
El período 1982/83 trajo la primera gran renovación en el seno del rock local (la primera desde el masivo desembarco de la camada de los “acústicos”, allá por 1972) y, dentro de ese contexto, Sumo fue quizás el grupo que encarnó más visiblemente la idea de ruptura. En su libro sobre Luca (“Un ciego guiando a los ciegos”, 1991), el periodista Carlos Polimeni cuenta una anécdota bastante ilustrativa: Sumo está tocando en un festival, en 1982, y el público de Riff empieza a corear el nombre de Norberto “Pappo” Napolitano; sin inmutarse, Prodan toma el micrófono, pregunta quién es ese tal Pappo y lanza: “¿Pappo? Yo le juego una carrera tomando vodka hasta Rosario… A ver quién gana”. “Nadie en ese entonces osaba pararse así ante las fanáticas huestes metaleras”, escribió Polimeni. “Con eso los mató”, dijo alguna vez el guitarrista Germán Daffunchio.
En su calidad de outsider temerario, Luca fue al estatus quo (incluso el maldito) del rock local algo así como lo que el polaco Witold Gombrowicz fue al estatus quo literario argentino de los años cuarenta y cincuenta. La imagen de Gombrowicz dándole la espalda a la revista Sur, tildando a la obra de Jorge Luis Borges de "compleja, estéril, aburrida y poco original” o a los borgeanos de “batallón de estetas” se corresponde con la de Luca, espetándole a un muy joven Fito Páez “ah, yo pensaba que vos eras el hijo de Charly García y Nito Mestre”, afirmando de una hermosa canción como “El anillo del capitán Beto” (Spinetta con Invisible) que “eso no es rock” (más tarde llegó a decir que le gustaba mucho “Barro tal vez”, del mismo Spinetta) o mascullando “en Argentina el rock no existe, son unos tarados”. Ambos, el “tano” y el “polaco”, fueron dos outsiders que se metieron con lo intocable. Y, por supuesto, para que el mito fuese completo era necesaria una mutua incomprensión. “"No nos gustó, lo descubrimos más tarde", diría Silvina Ocampo de Gombrowicz. “Al principio no lo pesqué”, diría Charly García a mediados de los noventa, consultado sobre Prodan.
La llegada de Luca a la Argentina tuvo mucho de azaroso (como también, de hecho, la de Gombrowicz, pasajero de un trasatlántico que hacía su viaje inaugural y cuyo arribo a Buenos Aires coincidió con el estallido de la Segunda Guerra Mundial). Tras siete años de vivir en Gran Bretaña, Prodan empezó a tomar heroína y sufrió un grave coma hepático. Intentó volver a Italia, pero era desertor del servicio militar, así que debió pasar un par de meses en la cárcel. Al salir de la cárcel se reencontró con un amigo argentino que había sido su compañero de colegio en Escocia: Timmy Mac Kern, futuro manager de Sumo. La madre de Timmy vivía en Hurlingham; Timmy vivía en Córdoba con su mujer y sus hijos. “Vi una foto… Yo estaba en plena heroína… Y vi esa foto de Timmy con su esposa, las nenas, y la perra parada en dos patas, y me dije: ¡basta, ya no puedo vivir así! Entonces le escribí a Timmy preguntándole si podía venir a la Argentina”, contó Luca, en 1985, en una entrevista que le hiciera Nora Fisch.
Córdoba y Hurlingham fueron no sólo los centros de desintoxicación de Prodan (en la Argentina de esos tiempos no había heroína y esto fue determinante para que Luca viniese), sino también los lugares donde cobró cuerpo el proyecto de Sumo, primero y principal un grupo de amigos. Tras vivir en esos dos sitios, tras pasar después un tiempo en El Palomar (en la casa de Jorge Crespo, otra persona clave en la trastienda de la banda), Luca finalmente se estableció en Buenos Aires, anduvo por el Abasto y transcurrió los últimos momentos de su vida en una suerte de pensión o de casa comunitaria en la calle Alsina entre Defensa y Bolívar, pleno barrio de San Telmo. Miope y sin anteojos (ni lentes) en una ciudad borrosa que para colmo no le era familiar, se erigió en un prototipo de extranjero que ve (que nos ve) de manera diferente. Con Luca aprendimos a leer con ironía la frase “disco es cultura” que iba impresa en las tapas de los discos; con Luca pronunciamos con simpática extrañeza los nombres de ciudades como Chivilcoy o de barrios como Chacarita; de boca de Luca leímos que “los argentinos, cuando cocinan, le ponen orégano a todo…”. En cuanto a su arte, nada más exacto que la metáfora del murciélago que ve (y que es visto) al revés. “Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”. Ruptura y sentido contrario.
Sería injusto afirmar que Sumo fue la única banda que rompió con lo precedente. Lo más indicado sería poner a Prodan y compañía en el marco del underground que surgió con el fin de la dictadura militar y cuyo epicentro estaba principalmente en dos boliches, Zero y Einstein, uno de ellos ubicado nada lejos de la mítitca Cueva de la avenida Pueyrredón que, unos quince años atrás, había cumplido un rol no tan distinto. Con un grupo como Los Twist, Sumo compartía cierto desparpajo, cierta anti-solemnidad. Con alguien como Horacio Fontova (compañero de actuaciones en aquellos primeros tiempos), Luca compartía un peculiar sentido del absurdo (una falta de miedo al absurdo, mejor dicho). Pero en Sumo había, además, una alta cuota de lo que Aristóteles hubiese llamado pathos. Y esta mezcla (la emoción de “Heroína”, el sarcástico jolgorio de “Noche de paz”) era única.
Una mezcla parecida definió acaso la compleja personalidad de Prodan: para unos tierno, para otros temible. En su libro de recuerdos sobre Sumo (La jungla del poder, 1993), Roberto Pettinato cuenta cuando vio por fin, en directo, años después de la muerte de Luca, una pelea de sumo: los luchadores, fuertes y fofos a la vez, le hicieron pensar en Luca. La periodista Nora Fisch, que lo conoció muy bien, lo retrató como un “personaje paradojal”: “Luca es feo, zarpado, sucio y está loco. Un ‘duro’. Pero al mismo tiempo destila ternura, honestidad, lucidez. Se vuelve lindo.”
Prodan no sólo parecía dispuesto a disfrazar su ternura (o su dosis de “malinconia”), también borraba las huellas de una cultura más rica y sólida de lo que dejaba entrever. A su vasta información musical (llegó a trabajar en la casa de discos Virgin, en Gran Bretaña), a su gusto por el cine (dos de su hermanos se desempeñaron en ese ámbito), hay que añadir sus lecturas de J.G. Ballard y otros autores de ciencia ficción, de Aleister Crowley (un hombre pelado que soñaba con ser poeta y llegó a autoproclamarse “el hombre más malvado del mundo”) o de la novela “En Patagonia”, del incansable viajero Bruce Chatwin (historia con la que, sin dudas, tuvo que identificarse).
Si bien pertenecía al “underground 1982/83”, Sumo vio llegar su debut discográfico “oficial” con una demora importante. Corpiños en la madrugada, su primera grabación, puesta a la venta de forma independiente (editada por Silly Records en formato de casetes y con una tirada de tan sólo 500 ejemplares), data de 1983; el debut en el sello CBS, con Divididos por la felicidad, ocurrió en 1985, el mismo año en que también debutaban (con su disco Gulp!) Los Redonditos de Ricota, salían a la venta otros álbumes importantes como Nada personal (Soda Stereo) y Giros (Fito Páez) y, por primera vez, no editaban ningún trabajo discográfico ni Charly García ni Luis Alberto Spinetta.
Que Prodan cantase en inglés tuvo bastante que ver con esta demora en dar el salto a un sello discográfico y, por lo tanto, en alcanzar cierta masividad. El grupo estaba poniéndose a punto cuando estalló la guerra de Malvinas y en los medios argentinos (en las radios, en especial) se dejó de pasar música cantada en inglés. En su libro sobre Luca, Polimeni cita unas declaraciones del bajista de Sumo, Diego Arnedo (“cuando escuchaban que Luca cantaba en inglés invariablemente respondían: Flaco, ¿estás loco? ¿Querés que me rompan todo el bar?”), y evoca también una noche en el desaparecido Stud Pub de avenida del Libertador. “Luca salió a cantar ante un público básicamente cheto con un colador en la cabeza. Le dijeron algo y respondió en su cocoliche: Sí, yo canto en inglés, pero soy italiano, men, y ¿quieren que les diga? Las Malvinas son italianas. ¿Saben por qué tengo un colador en la cabeza? Porque los italianos van a bombardear, pero con fideos”.
Tras la grabación del primer disco para CBS, entre octubre de 1984 y enero de 1985 y bajo producción de Walter Fresco, vino la etapa más conocida. El disco, que vendió de arranque más de 10 mil copias (cifra entonces excelente para una ópera prima) se presentó con tres conciertos a sala llena en el teatro Astros, el 10 y 11 de mayo del 85. A fin de ese año, del 6 al 8 de diciembre, Sumo volvió a tocar en el mismo teatro, ahora con el pretexto de anticipar el material de su segundo álbum. Entre medio hubo decenas de shows y una actuación poco menos que consagratoria en la cancha de Vélez, en el festival Buenos Aires Rock & Pop (11, 12 y 13 de octubre) compartiendo cartel con los entonces incipientes INXS, el bluesman John Mayall, la alemana Nina Hagen, los españoles de La Unión y lo más granado del rock local: Charly García, Los Abuelos de la Nada, Virus, Fito Páez, Zas, Juan Carlos Baglietto, Soda Stereo, La Torre y G.I.T.
Luego de ser el grupo revelación en la edición ‘86 del festival cordobés Chateau Rock, Sumo grabó entre marzo y abril su segundo álbum. Le pusieron Llegando los monos, una frase con la que solían promover sus primerísimos shows, a los gritos, como vendedores callejeros. La presentación en vivo (el sábado 9 de agosto de 1986, el estadio del club Obras Sanitarias, la llamada “catedral del rock”) fue, se coincide en afirmar, el punto más alto en la carrera de la banda. Le siguió un show compartido con el trío brasileño Os Paralamas Do Sucesso, el 15 de noviembre, también en el estadio de Obras. A partir de entonces la salud de Luca empezó a declinar. En lugar de la heroína se había aferrado al alcohol.
Se cuenta que Luca se distanció un poco, de allí en más, de los demás miembros de Sumo, acaso para beber sin que ellos lo controlaran ni se inquietaran, acaso porque le costaba seguir el ritmo de los ensayos y los shows. En la presentación del tercer y último disco “oficial” (After Chabón), en octubre de 1987, nuevamente en el estadio Obras, Prodan estuvo algo errático y hasta hizo falta escribirle grandes carteles para que recordara las letras de las canciones.
Cuando Luca murió, dos meses después (el 22 de diciembre de 1987, a los 34 años), Sumo no había perdido su alta cuota de novedad. El discurso y la actitud del grupo apenas si se habían atemperado un poco. El grandilocuente “¿Por qué te pelaste? Por el asco que da tu sociedad” (“La rubia tarada”) había dado paso al más prosaico “Me pelé por mi trabajo” (“Mañana en el abasto”) aunque, en verdad, en aquella misma canción, casi enseguida, Luca hablaba de “la gente que me da asco”. Si hubo un proceso en los vertiginosos años de la banda, éste no fue el de la estandarización, mucho menos el de domesticación, y sí, en cambio, el de la inevitable (y muy interesante) “argentinización” de Prodan.
De las primeras canciones de Sumo, las que obtenían mayor repercusión eran aquellas escritas y cantadas en castellano. En Divididos por la felicidad sólo hay dos: “La rubia tarada” y “Mejor no hablar de ciertas cosas” (un excelente tema del Indio Solari que llegaron a tocar los Redonditos de Ricota, en cierto sentido el grupo que mejor tomó la posta de Sumo tras la muerte de Prodan). En Llegando los monos hay tres: “El ojo blindado”, “Que me pisen” (con su mezcla de candor y acidez) y “Los viejos vinagres” (una de las pocas canciones de Sumo de las que Prodan llegó a renegar). En After chabón la suma se eleva a cinco: “Mañana en el abasto”, “Lo quiero ya” (toda una declaración de principios), “Banderitas y globos”, “El cieguito volador” y buena parte de “Noche de paz”, una versión furiosa del villancico navideño, que recuerda a lo que los Sex Pistols perpetraron con “My way” (“A mi manera”) o los Damned con “Help “, de los Beatles.
“Mañana en el abasto” merece un párrafo aparte porque es, sin dudas, lo más lejos que llegó Luca en su proceso de porteñización, truncado por la muerte. Desde “Avenida Rivadavia” y “Avellaneda Blues”, del trío Manal, o desde “El mendigo del dock Sud” y ‘Tengo cuarenta millones”, de Moris (es decir, desde principios de los años setenta), la ciudad de Buenos Aires no aparecía de manera tan palpable y descarnada en una canción del rock argentino. Ciertos detalles de la letra de Luca son memorables: los tomates podridos, “José Luis y su novia”, el hombre con su botella de Resero, las bares tristes y vacíos por el inminente cierre del mercado del Abasto…
En paralelo hubo diversos recursos, si no estrategias (tanto por parte de Prodan como por parte del público), para que los temas en inglés no fueran inabordables o intangibles. Podría mencionarse, del lado de Luca, la astucia de intercalar pequeñas “viñetas” en castellano dentro de las canciones en inglés: la frase “Burruchaga es un pescado” en medio de una letra en inglés ( “No tan distintos”) o la inesperada cita a un jingle de champú (“Soltate con Wellapon, soltate”) dentro de una canción nada graciosa como “Heroína” (sin hablar de la paradoja de un jingle de champú cantado por… un pelado) son apenas dos ejemplos. Otra medida efectiva, del lado de Sumo, fue grabar un tema como “Fuck you”, con una letra en inglés, es cierto, pero mínima y totalmente comprensible. (No por casualidad,“Fuck you” era el tema en inglés que más impactaba). En cuanto al público, su forma de borrar la barrera idiomática consistió en adaptar fonéticamente letras como, por ejemplo, la de “Next week” (La semana próxima) hasta convertirla en “Nesquick”. Rápido de reflejos, Prodan incorporó esa “traducción” añadiéndole una estrofa al tema: “Dale nena, dame Nestquick, quiero tu Nestquick…”.
En cuanto a las letras de Prodan en inglés, acaso la más sensible haya sido “Time, Faith, Love” (Tiempo, fe, amor), que permaneció inédita por años: “Una chica llamada Tiempo emprendió un largo, largo viaje y nunca regresó. Un chico llamado Fe cambió de parecer, pero lo hizo cuando ya era tarde. Y una chica llamada Amor apareció volando, se metió en mi piel sin hacer el menor ruido, y cada vez que la veo siento su presencia potente y cercana…”. Muchas otras, en cambio, se apartan de la fábula y tienen bastante de confesión: “Los días felices se quebraron pero así es la vida” (“Heroína”), “Los domingos. más que nunca, cuando noto que ya no estás, me siento lleno de temor” (“Percussion baby”).
Diversas personas que conocieron a Luca (desde Carlos Polimeni hasta Jorge Crespo) han coincidido en señalar no pocos paralelos entre la vida de Prodan y la del personaje del cuento “El perseguidor”, de Julio Cortázar. Como Johnny (inspirado, se sabe, en el jazzman Charlie Parker), Luca estuvo “tocando mañana” (adelantándose a una estética que en breve sería más frecuente) y persiguiendo/burlando a la muerte.
Así como la llegada de Luca a la Argentina coincidió con un momento de transformaciones en el rock local, su muerte (sumada a las de Miguel Abuelo y Federico Moura) marcó simbólicamente el final de toda una etapa. Jóvenes sobrevivientes, los otros miembros de Sumo prosiguieron su carrera musical (como lo prueban Las Pelotas, Divididos o hasta el fugaz Pachuco Cadáver), no sin antes dar las hurras y rendir tributo a Luca en el festival Chateau Rock 1988. La clausura de aquel show en Córdoba llegó, de manera atinada, con una escueta y furiosa versión de “Fuck you”. Todos estaban por dejar el escenario cuando Pettinato exclamó: “Puta madre… ¿Por qué se tiene que acabar todo lo hermoso?”. Los graffiti con la frase “Luca vive” (o “Luca not dead”), multiplicados por cientos de paredes del país, han querido menos desmentir lo inevitable que expresar la huella imborrable del paso de Luca por estas tierras. ~
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3 comentarios:
Estoy de acuerdo con vos, la muerte de Abuelo, Moura y Prodan. Finalizaron LA ETAPA del rock argentino, por argentino medio que exectúo a Sumo, más allá de eso. Fue la vanguardia, después de los efectos narcóticos de los 80, los buscamos desesperados por éter.
que tal eduardo antes que nada un saludo
tenia una pregunta para hacerte
ya que usted escribio 2 libros de sumo (el de clarin y el llamado sumo de la editora ac) no hay nadie mas informado que usted para hacerle la pregunta
es cierto que hubo una pelea entre los redondos y sumo? lei en 2 lugares por parte de enrique symns algo sobre eso pero nunca pude saber bien como fue la pelea o porque se desencadeno, lo que se es que luca se resintio(no se porque) y que no lo dejo a pettinato tocar en los redondos porque habia pica
espero respuesta
saludos
Amo a luca lo descubrí sola. Y eso que yo naci luego de seis años,del 22 de diciembre de 1987.
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